El latín es una de las
lenguas indoeuropeas habladas en el continente europeo. Pertenece al
llamado grupo de lenguas itálicas, el cual estaba formado, además, por
el umbro (hablado en el noroeste de Italia), y el osco (que
se hablaba en el sur). Durante mucho tiempo, fue una lengua del mismo
rango que las otras dos, y se hablaba en la ciudad de Roma y la región
del Lacio o, lo que es lo mismo, en el centro de la Península Itálica.
La
hablaban, en un comienzo, pueblos rudos de pastores y labriegos, y la
propia lengua era en sus inicios primitiva y rústica, lejos de los
refinamientos que alcanzaría con el tiempo. Fue el crecimiento y la
expansión de Roma lo que hizo que también creciera y se expandiera la
lengua de los romanos. Mucho tuvo que ver, en el refinamiento que
alcanzó el latín (y toda la cultura romana, en general) el contacto
entre Roma y Grecia. Las formas griegas se convirtieron en una suerte de
registro culto y elegante, que acabó por calar en cada vez más estratos
culturales y convirtió el latín en la lengua refinada que hoy
conocemos. La misma en la que escribieron Virgilio, Horacio, Ovidio o
Tito Livio.
Pero
el uso del latín no era uniforme ni siquiera en la propia ciudad de
Roma. Allí mismo se advertía ya la colosal divergencia que acabaría
creando dos latines: el literario, culto y empleado por las gentes letradas; y el latín vulgar, llamado sermo ploebius por los propios romanos.
El latín culto era el que se enseñaba en las escuelas y el que empleaban los escritores. Este no evolucionó naturalmente, sino que respondía a unos cánones fijados que difícilmente cambiaban. El latín vulgar, por el contrario, evolucionaba de forma natural como cualquier otra lengua. Fue el que aprendieron los pobladores de la Península Ibérica y de la mayoría de las provincias, dando como resultado que, en la mayor parte de Europa, muchos hablaban un latín vulgar sumamente similar. Cuando el Imperio fue cayendo en manos de los pueblos germanos, rompiéndose su unidad y creándose diferentes reinos bajo diferentes pueblos reinantes, las lenguas evolucionaron por su cuenta, pero esta dispersión tuvo siempre un mismo punto de partida: el latín vulgar.
El latín culto era el que se enseñaba en las escuelas y el que empleaban los escritores. Este no evolucionó naturalmente, sino que respondía a unos cánones fijados que difícilmente cambiaban. El latín vulgar, por el contrario, evolucionaba de forma natural como cualquier otra lengua. Fue el que aprendieron los pobladores de la Península Ibérica y de la mayoría de las provincias, dando como resultado que, en la mayor parte de Europa, muchos hablaban un latín vulgar sumamente similar. Cuando el Imperio fue cayendo en manos de los pueblos germanos, rompiéndose su unidad y creándose diferentes reinos bajo diferentes pueblos reinantes, las lenguas evolucionaron por su cuenta, pero esta dispersión tuvo siempre un mismo punto de partida: el latín vulgar.
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